miércoles, 21 de enero de 2015

Mi primera mazorcada

En mi nueva faceta de señor todopoderoso de mi propio hogar, mi nuevo papel de autoridad suprema, de poseedor de la última palabra, del autor del punto final en toda conversación y decisión que nos involucre a mi y a mi esposita he venido decidiendo, imponiendo muy frecuentemente que soy yo quien debe tomar las riendas y … lavar loza, lavar la ropa, barrer y obviamente cocinar ¡porque es que hay que hacerse valer!

Particularmente el tema de la cocinada es toda una experiencia ya que hay ingredientes “conceptuales” en nuestra humilde morada que están presentes en todos nuestros platos; por ejemplo, la emoción de abrir la nevera con la incógnita de saber qué sabores nos esperan dentro de ella; el evaluar lo que podemos servir dependiendo de la hora del día y del día de la semana porque ante todo tiene que ser saludable, rico y satisfactorio; y finalmente, lo más difícil de todo, elegir a qué número vamos a marcar para pedir el domicilio correspondiente. Es un tema complicado, sobre todo a final de mes.

Sin embargo, hay ocasiones en que nos ganan las ganas y terminamos preparando un caserito bien bueno, con nuestra propia mano, sudor y lágrimas.
Una noche, después de que llegamos del trabajo, conté con la suerte de ganarme el turno en la cocina y obviamente tenía que sorprender a mi querida con algo que le devolviera las energías, que la alegrara por haber llegado a la casa, que le hiciera olvidar su día de oficina, que la ayudara a descansar o cuando menos que le quitara el hambre.

Como todo, se parte de una idea y esta la empecé a alimentar a partir de lo que veía en la nevera: ¿qué tenemos además de hambre? Bueno, ingredientes siempre hay, la mayoría de las veces frescos, pero así mismo siempre hacen falta algunos para lo que nuestro apetito nos sugiere, por lo tanto, claro, tocó paseito a la tienda para terminar de adquirir lo necesario.
La tienda que frecuentamos nosotros es la definición completa de variedad ¡hay de todo! Verduras, fruta, panadería, lácteos, azúcar, sal, desodorantes, champú … todo lo necesario para una buena comida. Lo curioso es que tiene de todo menos espacio; entra un cliente si y sólo si sale el otro; en horas pico, cuando permiten la entrada a dos clientes, uno le tiene que sacar la plata del bolsillo al otro para no tener que hacer muchas contorsiones, cosa que, dependiendo del vecino con que uno se encuentre, no siempre resulta ser una muy buena experiencia; una vez me crucé con el administrador, gordito y bonachón él, y … pues… lo único que recuerdo es que me descontaron la mitad del valor de la administración mensual, vaya uno a saber por qué.

Siguiendo con el tema de la presente, después de ver y oler tantos ingredientes como pude, mi gran imaginación llegó a la conclusión de que lo mejor para esa ocasión no podía ser otra cosa que: ¡una mazorcada! ¡Dios mío, qué derroche de imaginación! Pero, para los efectos prácticos que la hora y el hambre dictaban, era lo mejor. Claro, no podía ser como las mazorcadas de la esquina, las de $2000 con maíz de lata, papas fosforito queso de cabeza. No. Mi primera mazorcada tenía que ser algo memorable y, en la medida de lo posible, tenía que ser comestible, tenía que ser mazorcada al menos de $5000, con queso parmesano, 250 gr de carne finamente picada durante 40 minutos y una mazorca tan tierna como yo, igual de doradita y fresquita.


El proceso de preparación fue una mezcla de improvisación y buenas intenciones a fuego lento; picada de carne gramo por gramo, pelada de mazorca grano por grano y apertura del paquete de queso… todo de una vez; pero quedaba faltando algo, esa comida estaba o muy tierna, o muy quesuda o con mucha fibra, faltaba algo para bajarle la sal además de mi dulce presencia. Lo que me quedaba en las manos era cebolla y tomate, entonces podía hacer una ensalada de cebolla y tomate o… podía hacer algo más gourmet e internacional y decir que era pico de gallo. Así que busqué rápidamente la receta en mi celular (que extrañamente todavía tenía batería) esperando que no fuera algo muy complicado y que su nombre fuera algo más bien simbólico, porque por más bueno que comiéramos no valía la pena si al otro día me demandaban por maltrato animal o por contrabando de picos para hacer teclas de organeta.

Afortunadamente no fue más complicado de lo que pensaba, era más o menos como me la había imaginado sólo que con cilantro así que podía continuar con mis planes y en caso de que algo increíblemente saliera mal, podía volver a la idea de la ensalada de cebolla y tomate pero ahora con un toque de cilantro que triste y lentamente también tendría que picar.

Al final sí quedó un poquito pasado de sal, pero nada que no se pudiera solucionar con un poquito de salsa para carnes y, como nos lo aconsejó el sacerdote, mucho diálogo y paciencia para convencerla de que lo salado solamente estaba en su cabeza y que era cuestión de cómo reaccionaba ante la situación; sabias palabras que acompañamos con dos vasos de agua.

¡Ahhh! Es que quedó hasta bueno
El resultado fue en realidad muy bueno; apetito y moral totalmente satisfechas; sonrisa al máximo en la boca del estómago y en la de la cara; se pagó con muchos besos y abrazos con el 10% de propina sugerida y obviamente una experiencia muy especial más, de esas que día a día nos esperan como si estuvieran en nuestra nevera, inciertas y con muchas ganas de sorprendernos. Finalmente comprobamos que los ingredientes principales que no deben faltar para que las cosas salgan bien son: agregarle una pizca de buenas intenciones y por supuesto esparcir amor al gusto. Y a disfrutar.



Bueno, si esperaban un final feliz, yo también, sólo que yo abandoné esa idea tan pronto como llegué a la cocina y vi la loza en el lavaplatos; adivinen quién se ganó la lavada.


Nota: Y si les gustó tanto como a nosotros esta mazorcada, qué mejor que compartirla en la red para que sus conocidos se antojen un poquito de este plan tan bueno y sobre todo, de mis consejos para imponer su palabra ... con el delantal puesto y la escoba bien esgrimida.

martes, 5 de agosto de 2014

El primer cumpleaños de mi primer sobrino

Dicen que no hay sentimiento más grande que el que se tiene hacia un hijo; la verdad por ahora no sé si eso sea cierto o si sólo sea un dicho que mis papás usan para contentarme, pero imagino que debe ser algo muy cercano a lo que se siente por un sobrino y de eso sí que puedo hablar. De eso si tengo un "pequeñísimo" y muy sonriente ejemplo.
Pero voy a empezar por orden. Mi hermano es una persona a la que le suelen salir las cosas muy bien por el sólo hecho de que todo trata de hacerlo bien. Correcto, sensato, con ganas, responsabilidad incluso cuando no quiere, incluso ahí hace sus cosas bien.
Empezó su propia familia ya hace un tiempo y lo hizo bien: compró un apartamento, lo terminó a su gusto metiéndole mucho su propia mano y le quedó buenísimo; planeó y organizó su matrimonio al 100%, con ayuda de su esposa, y les fue tan bien que hasta salieron casados de allí; luego, tuvieron un hijo, no voy a detenerme en los detalles de cómo lo hicieron, pero les quedó demasiado bonito, incluso parece de la familia.
Y ahí es donde empieza la historia de mi sobrinito mayor. Su nombre es Andrés Felipe, como uno de sus tíos y como su papá; eso sí, mi nombre ni apareció en la baraja de opciones, incluso les faltó poquito para ponerle Catalino como su tía pero prefirieron un nombre más masculino. Pero no importa porque por algún lado va a tener un recuerdo mío, ya traté con un mordisco pero se le borró a los dos días... voy a ver qué más me invento.

Desde el momento de su concepción... o un ratico después, todo ha parecido un cuento con mi sobrino; por ejemplo, su madre, reina de sus tierras, a diario se miraba en el espejito, espejito que sin dudarlo le contestaba que por esos nueve meses y un poquito más era la más bonita del reino, mucho más que la otra chica de la que tanto hablaban, que tiene la piel muy fría y que se la pasa durmiendo mientras llega el marido.
Por otra parte, su padre, de los más altos de nuestra tierra de Hobbits, jugó doble rol, cultivando el reino de su familia cuidando todos los detalles y a la vez con la espada siempre lista y afilada para cuidar a su "precioso", que ahora eran dos, de las manos de Orcos y gripas mal intencionadas que quisieran atentar contra la armonía, alegría y bienestar que han estado cosidos desde siempre en el escudo de su castillo. 
Heredero de la casa de los Guerreros Morales, no de los reinos más ricos pero sí de los más fuertes y felices, mi sobrino siempre ha gozado de las mayores riquezas y manjares que su linaje le ha podido ofrecer. Gracias a eso nació tan grande y tan fuerte (aunque sus antepasados no sean los más conocidos por las alturas) que fue "necesarea" una intervención especial para recibirlo. Sin embargo, como todo buen Aquiles que se conozca, faltó un poquito de agua bendita en su cuerpo y por ello bajó del cielo con un problemita en su ancho pecho peludo de mucho macho. Aunque no estaba astillado como Pinocho, igualmente vino el médico de guardia y lo atendió; un viejo cirujano llamado por urgencias, que con su vieja ciencia, pronto lo remendó, pero dijo a los otros muñecos internados, todo esto ha sido en vano, le falta el corazón. Pero no propiamente era el corazón [aclaro que nunca le falló el corazón, sólo que así dice la canción]. Aunque pareció que lo hubiera sido porque desde el momento en que se dio esa noticia se inició una inmensa cruzada familiar y de amigos orando y haciendo fuerza, cada uno dejando un pedacito de su corazón reuniéndole uno para él lo suficientemente grande y fuerte para que, desde ese momento, nunca dejara de sonreír.
Entre los principales poderes que le regalaron las hadas madrinas que rodearon su nacimiento están la sonrisa y el llanto de sirena (no de las de ambulancia, aunque a veces pues...) que le ayudan a que con un sólo gesto, todos a su alrededor lo atiendan, lo consientan, lo cuchiqueen y se peleen por satisfacerlo; en retorno, no puede darnos nada mejor que una carcajada todavía más mágica. Y ahí se inicia un círculo vicioso y gozoso patrocinado por él.
Sus manos y piernas son tan fuertes que ya sube las escaleras de las torres más altas, todo por si acaso algún día le vuelve a ganar el miedo y tiene que huir de mi perro y su aliento de dragón. Cabellos como el oro, aunque no tan dorados como escasos. Gatea rápido, muy rápido, flotando sobre las arenas desérticas de todo lado donde sus ojos le permitan ver y sus papás le permitan llegar. Desde (más) chiquito da muestras de una motricidad muy fina y que seguramente le va a servir para evitar cualquier huso de hilar que lo ponga a dormir con una lagrimita en los ojos por la eternidad de una noche.

¡Duerme! Duerme muy profundo, y aunque no se sabe qué tanto se sumerge en sus sueños sí es lo suficiente para que, al cabo de apenas 15 o 20 minutos, logre recuperar sus fuerzas y despertar para aventurar de nuevo por tierras, baldosas y todo tipo de céspedes por conocer sabiendo que es muy poco el tiempo que tiene y sí muchos los descubrimientos que lo esperan a la vuelta de la pata de la mesa.


Una muestra de los poderes con los que fue dotado es que en el mismo momento en que nació ya llegó batiendo récords. Fue, por un microsegundo, el niño más joven del universo conocido; hoy ya no lo es tanto, hoy ya tiene un año de viejo pero no ha caducado el contrato ancestral que estableció con la pobre viejecita, y es que a mi pobre sobrinito nadie, nadie lo cuida, ni nadie, nadie lo quiere, sino Andres, Juan y Gil ... y los enanitos de sus tíos, y sus padrinos mágicos, y sus abuelos sabios, y el juglar autor de este escrito; Pepe grillo, unos 30 o 40 ángeles de todos los colores, Simón que ya no le ladra, Félix el gato que lo recibió en su palacio, muchos sapos que se le quedan mirando cuando hace alguna de sus "Andresadas", el viento que no lo agripa, el sol que no lo quema y una fuerza tan grande y tan poderosa allá arriba que nos lo prestó por un tiempo y que como sabe que vale tanto y es tan especial este pedacito de príncipe encantado, nos lo ayuda a cuidar, lo protege y lo mantiene comiendo perdices... feliz por siempre.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Nada por aquí - Mi primer truco de magia

A continuación voy a actuar en contra de la ley dorada de la magia aunque se me venga el mismo Lord Voldemort encima, con su varita afilada y sin su nariz, y voy a revelar el secreto de un truco muy, muy bueno, con el fin de que quien lo lea, se anime y sea la sensación en almuerzos familiares, primeras comuniones y velorios (es que se ven unas cosas que…).
Pero primero una introducción de por qué llegué a esto.
¿A alguien le ha llegado un regalo con una estampilla de La Tierra del Nunca Jamás? Pues creo que esa fue la primera sorpresa que tuve esta navidad, mi primer regalo llegó desde allá y el mensajero no podía ser otro que un hada... sip, mi hada madrina aunque parezca increíble.
Nada más abrirlo y la primera palabra que apareció fue "Magic" o como decimos en lenguaje humano: Magia. Era una caja de magia pero no voy a decir el fabricante para no hacer publicidad al gratín (y yes!) pero sí puedo decir que de una vez me dejó encantado. Me lo regaló una persona muy especial y además muy conocedora de mis gustos y de este en particular que me hace volver a mis tiempos de lonchera. Es un gusto que me recuerda la increíble capacidad de asombrarme que tengo, que me hace dejar de lado mi traje de lógica, saco y corbata y me viste con la capa de la imaginación en busca de las sorpresas más simples y las sonrisas que se quedan guardadas por miedo o vergüenza... aunque vergüenza, vergüenza cosa que uno diga vergüenza no es algo de lo que sufra mucho yo, pero bueno.

Es una caja con unos trucos tan sencillos que resulta ilógico que la audiencia se los crea. Tan sencillos que el más lector, estudiado, maduro y serio de los espectadores suelta al menos una ceja fruncida o una respiración más fuerte. Tan sencillos que hasta yo pude con algunos de ellos y con eso digo todo.
En ese principio se basa la magia de este regalo, en la sencillez y simpleza que pide la ejecución, sin olvidar la práctica, responsabilidad y cuidado con el que se tienen que realizar, por eso se le da más importancia a la labor, a los movimientos y al lenguaje del mago (¿?) que al truco en sí, es decir, 90% del éxito del acto depende de la credibilidad que inspire el ejecutor y el otro 10% se le deja a, obviamente, los polvitos mágicos, peeeero esos son más fáciles de conseguir.
Bueno, ahora sí el truco. Sin contar las monedas sacadas de las orejas, el lápiz perdido en la manga del saco o la desaparición del sueldo en sólo dos días, este es el resultado de mi primera incursión exitosa en este mundo y del cual ninguno de mis espectadores ha logrado adivinar. Por si acaso, no hay trucos de cámaras.

Tampoco es que sea muy diestro en la publicación y "musicalización" de vídeos

Y ahora el tan prometido secreto. ¡Mucha atención! Lo primero es conseguir 6 cartas así: 4 aces, 1 rey y una carta completamente blanca. Valen de cualquier tipo de baraja. Los movimientos son tal cual los ven en mi artesanal vídeo así que no voy a ahondar mucho en eso, pero el chasquido es lo principal; primero hay que mojarse las puntas de los dedos en un menjurje de agua salada, sangre de ala de murciélago, 2 gramos de caspa de rana y 30cc de sudor de taxista; esto último es lo más difícil de conseguir porque por lo general a ninguno le sirve una carrera para el sitio de extracción y finalmente como que no les gusta mucho la idea. Se revuelve, azúcar al gusto, se encomienda a San Patricio de la Circuncisión y listo, eso es todo, con los movimientos correctos las cartas cambian como por arte de magia.
Ya había dicho que era sencillo, pero seguro no esperaban que tanto así. Sin embargo, si no hay ánimo o tiempo para conseguir los ingredientes, la invitación es a que, cuando tengan en frente un personaje que promete quitarles los conejos (o las patas de gallina) a las chicas y desaparecerlos en un sombrero, o partir a algún político u otro problema en dos, o incluso hasta cambiar la figura de las cartas con un chasquido, se relajen, se disfrute del acto, se abra la imaginación y no se busquen explicaciones, así se goza más; tal vez así hasta se den cuenta de la verdad, tal vez así se den cuenta que todo es completamente ... real.

Nota: para quien quiera ver algo un poquito más serio de este tema Pastomagic tiene un blog muy bueno. Y esta entrada puede dar una buena idea para hacer feliz a otro niño en navidad.


viernes, 29 de noviembre de 2013

Aprendiendo a rodar - Mi primera bici


Desde mi coche de bebé, la moto de mi papá, unos patines, chivas rumberas, una patineta y hasta el carro que hoy día conseguí, todos ellos me dejaron los mejores recuerdos y, obviamente, un golpecito, una cicatriz o mi nariz respingada forzosamente que no me deja olvidarlos. Sin embargo esa atención y cariño que recibía en mi humilde cochecito, la adrenalina que me producía esa moto inmensa de 150 centimetrotes cúbicos, la practicidad de los patines, la diversión que se encuentra en una chiva rumbera (y ... confiésome, una vez tuve una hidratación similar en las cantidades responsablemente justas) o la comodidad de mi tremendo e incomparable Corsa, todo eso junto sólo lo he podido encontrar en la bicicleta.

Si mi memoria no me traiciona de nuevo, eran casi los 90's (¡juemadre! mucho tiempo) cuando recibí mi primera bicicleta propia. Como era de esperarse, para mi edad en ese entonces, mis papás no podían exagerar mucho en la talla de la bici y me consiguieron una normalita, no muy alta. Tal vez era más bien pequeña. No, en realidad muy pequeña. Claro que en la actualidad y ya tan grande como soy, han cambiado mucho las cosas y ahora ya uso bicis tamaño... bogotano promedio. Digamos que dentro de mis expectativas nunca ha estado el estar muy lejos del suelo así que concluyamos que mis bicis han sido de una altura ideal para mí y con eso cierro este incómodo tema del tamaño. He dicho.

Negrita, chiquita y pesada como ella sola, así era mi bici. Pero la característica principal era la tremenda tecnología que tenían las llantas. Eran de pasta, una pasta durísima, la última maravilla. "Sólo se pinchaban con espinas extremadamente grandes" o eso le decía a mis amigos presumiendo un poquillo. Obvio, eso sólo la hacía más pesada, más difícil de maniobrar, les otorgaba una capacidad pro-deslizante buenísima cero fricción y lo mejor: sin frenos para que pudiera ir más rápido, cosa que se vio reflejada a lo largo del tiempo en mis manos y rodillas. Pero bueno, desde allí aprendí a caer y dependiendo del caso, a modular el volumen de mi llanto voz, por si estaba muy lejos mi santa madre. Es que si no estaba, ni para qué lloraba.

Ir más rápido que otros y más lejos que la mayoría siempre ha sido un reto interno conmigo mismo, y mi bici "ligth" me ofrecía la posibilidad de hacerlo. Sólo había que pedalear y disponerse a recibir el aire en la cara gracias a toda la velocidad que se pudiera alcanzar en el patio de mi casa. Pero ese patio era infinito; y si conseguía dar la vuelta sin bajar los piés a la tierra lograba hacerlo doblemente infinito; y si conseguía repetirlo en la siguiente esquina, la infinita en este caso era la alegría ... claro, todo hasta que me sobrepasaba alguno de mis hermanos mayores con llantas más grandes, sin las manos en el manubrio y obviamente sin rueditas auxiliares. Qué tristeza me daba lo relativo de lo infinito.

A mi bici se le podían amarrar cuerdas para arrastrar toda clase de muñecos, se le podían adaptar pitos, alas, armas y espejos de madera, turbinas, parrillas, alforjas, canastas, pasajeros de peluche, remolques de carga y, si después de eso lograba hacerla rodar, era el recorrido de 5 metros más duro, placentero y emocionante que podía soñar. Nunca me faltó nada, todos los momentos "a bordo" de mi bici eran los mejores.

Con el paso de los años, volviéndome si no más grande, sí mayor, mi humilde cola se fue sentando en todo tipo de sillines de otras bicis que tristemente por una razón u otra, he tenido que dejar atrás. Esa negrita chiquita la regalamos después de que se "pinchó", obviamente con una espina muy grande y puntiaguda; una monareta que me había sobrepasado velozmente en el patio meses atrás y que también regalamos; una "cross" amarilla que nos llevó a mí y a cada uno de mis hermanos, incluso a hacer domicilios y que nos robaron del frente de la casa; la "turismera" azul de mis papás que cargaba desde bultos de papa hasta a mí y a mis hermanos (¡al tiempo!) desde el jardín infantil hasta la escuela... esa creo que la vendimos; mi bici todoterreno aguamarina con "cachitos" en el manubrio que de nuevo me robaron; la blanca buenísima que me prestó uno de mis hermanos para recorrer media Colombia y que ... si, también me la robaron ¡Dios mío, qué retrospectiva tan cruel! Así, luego de un periodo de tiempo con bicis prestadas para viajar, ir a la U, hacer mandados, "dominguear" entre otros planes, compré mi bici plegable que, ahora que lo pienso bien, es extraño que me haya durado tanto. Esa es la de ahorita, esa es la que me lleva, me trae, aguanta mis caminos mojados o secos; la que me llena de satisfacción cuando me lleva por el medio del trancón y más allá; la que extraño cuando voy manejando mi tremendo e incomparable Corsa; la que me ha salvado de llegar tarde a reuniones; la que me ayuda a llegar con aire en la camiseta a la oficina y me espera pacientemente toda la jornada para tranquilizarme, relajarme y divertirme en el camino de regreso. La que me recuerda que me debo cuidar, que debo respirar, que debo estar pendiente de todo, la que me da libertad, la que salta, la que es más rápida que otras miles que sobrepaso en la cicloruta... Nada como mi bici.

No tengo fotos de mi bici negrita, pero este
tractorcito se le parece, sobre todo en las llantas.

Claramente no puedo decir que he probado todos los medios de transporte que ruedan, aún me falta la limosina que me quedaron debiendo en mis 15's, un monociclo, balineras, silla de ruedas (peeero, ese no lo espero mucho) entre otros. Sin embargo, con toda seguridad y con la sonrisa más grande sí que puedo decir que desde que tuve la oportunidad de dar el primer pedalazo en esa bici negrita que me llevó a todos los lugares que mi imaginación de niño me pedía sin quejarse, que he montado y disfrutado del único medio de transporte que sin importar su tamaño, forma o color usa sus ruedas para llevar a su dueño al lugar que desee ...

¡La única que usa sus ruedas para volar!