martes, 5 de agosto de 2014

El primer cumpleaños de mi primer sobrino

Dicen que no hay sentimiento más grande que el que se tiene hacia un hijo; la verdad por ahora no sé si eso sea cierto o si sólo sea un dicho que mis papás usan para contentarme, pero imagino que debe ser algo muy cercano a lo que se siente por un sobrino y de eso sí que puedo hablar. De eso si tengo un "pequeñísimo" y muy sonriente ejemplo.
Pero voy a empezar por orden. Mi hermano es una persona a la que le suelen salir las cosas muy bien por el sólo hecho de que todo trata de hacerlo bien. Correcto, sensato, con ganas, responsabilidad incluso cuando no quiere, incluso ahí hace sus cosas bien.
Empezó su propia familia ya hace un tiempo y lo hizo bien: compró un apartamento, lo terminó a su gusto metiéndole mucho su propia mano y le quedó buenísimo; planeó y organizó su matrimonio al 100%, con ayuda de su esposa, y les fue tan bien que hasta salieron casados de allí; luego, tuvieron un hijo, no voy a detenerme en los detalles de cómo lo hicieron, pero les quedó demasiado bonito, incluso parece de la familia.
Y ahí es donde empieza la historia de mi sobrinito mayor. Su nombre es Andrés Felipe, como uno de sus tíos y como su papá; eso sí, mi nombre ni apareció en la baraja de opciones, incluso les faltó poquito para ponerle Catalino como su tía pero prefirieron un nombre más masculino. Pero no importa porque por algún lado va a tener un recuerdo mío, ya traté con un mordisco pero se le borró a los dos días... voy a ver qué más me invento.

Desde el momento de su concepción... o un ratico después, todo ha parecido un cuento con mi sobrino; por ejemplo, su madre, reina de sus tierras, a diario se miraba en el espejito, espejito que sin dudarlo le contestaba que por esos nueve meses y un poquito más era la más bonita del reino, mucho más que la otra chica de la que tanto hablaban, que tiene la piel muy fría y que se la pasa durmiendo mientras llega el marido.
Por otra parte, su padre, de los más altos de nuestra tierra de Hobbits, jugó doble rol, cultivando el reino de su familia cuidando todos los detalles y a la vez con la espada siempre lista y afilada para cuidar a su "precioso", que ahora eran dos, de las manos de Orcos y gripas mal intencionadas que quisieran atentar contra la armonía, alegría y bienestar que han estado cosidos desde siempre en el escudo de su castillo. 
Heredero de la casa de los Guerreros Morales, no de los reinos más ricos pero sí de los más fuertes y felices, mi sobrino siempre ha gozado de las mayores riquezas y manjares que su linaje le ha podido ofrecer. Gracias a eso nació tan grande y tan fuerte (aunque sus antepasados no sean los más conocidos por las alturas) que fue "necesarea" una intervención especial para recibirlo. Sin embargo, como todo buen Aquiles que se conozca, faltó un poquito de agua bendita en su cuerpo y por ello bajó del cielo con un problemita en su ancho pecho peludo de mucho macho. Aunque no estaba astillado como Pinocho, igualmente vino el médico de guardia y lo atendió; un viejo cirujano llamado por urgencias, que con su vieja ciencia, pronto lo remendó, pero dijo a los otros muñecos internados, todo esto ha sido en vano, le falta el corazón. Pero no propiamente era el corazón [aclaro que nunca le falló el corazón, sólo que así dice la canción]. Aunque pareció que lo hubiera sido porque desde el momento en que se dio esa noticia se inició una inmensa cruzada familiar y de amigos orando y haciendo fuerza, cada uno dejando un pedacito de su corazón reuniéndole uno para él lo suficientemente grande y fuerte para que, desde ese momento, nunca dejara de sonreír.
Entre los principales poderes que le regalaron las hadas madrinas que rodearon su nacimiento están la sonrisa y el llanto de sirena (no de las de ambulancia, aunque a veces pues...) que le ayudan a que con un sólo gesto, todos a su alrededor lo atiendan, lo consientan, lo cuchiqueen y se peleen por satisfacerlo; en retorno, no puede darnos nada mejor que una carcajada todavía más mágica. Y ahí se inicia un círculo vicioso y gozoso patrocinado por él.
Sus manos y piernas son tan fuertes que ya sube las escaleras de las torres más altas, todo por si acaso algún día le vuelve a ganar el miedo y tiene que huir de mi perro y su aliento de dragón. Cabellos como el oro, aunque no tan dorados como escasos. Gatea rápido, muy rápido, flotando sobre las arenas desérticas de todo lado donde sus ojos le permitan ver y sus papás le permitan llegar. Desde (más) chiquito da muestras de una motricidad muy fina y que seguramente le va a servir para evitar cualquier huso de hilar que lo ponga a dormir con una lagrimita en los ojos por la eternidad de una noche.

¡Duerme! Duerme muy profundo, y aunque no se sabe qué tanto se sumerge en sus sueños sí es lo suficiente para que, al cabo de apenas 15 o 20 minutos, logre recuperar sus fuerzas y despertar para aventurar de nuevo por tierras, baldosas y todo tipo de céspedes por conocer sabiendo que es muy poco el tiempo que tiene y sí muchos los descubrimientos que lo esperan a la vuelta de la pata de la mesa.


Una muestra de los poderes con los que fue dotado es que en el mismo momento en que nació ya llegó batiendo récords. Fue, por un microsegundo, el niño más joven del universo conocido; hoy ya no lo es tanto, hoy ya tiene un año de viejo pero no ha caducado el contrato ancestral que estableció con la pobre viejecita, y es que a mi pobre sobrinito nadie, nadie lo cuida, ni nadie, nadie lo quiere, sino Andres, Juan y Gil ... y los enanitos de sus tíos, y sus padrinos mágicos, y sus abuelos sabios, y el juglar autor de este escrito; Pepe grillo, unos 30 o 40 ángeles de todos los colores, Simón que ya no le ladra, Félix el gato que lo recibió en su palacio, muchos sapos que se le quedan mirando cuando hace alguna de sus "Andresadas", el viento que no lo agripa, el sol que no lo quema y una fuerza tan grande y tan poderosa allá arriba que nos lo prestó por un tiempo y que como sabe que vale tanto y es tan especial este pedacito de príncipe encantado, nos lo ayuda a cuidar, lo protege y lo mantiene comiendo perdices... feliz por siempre.

2 comentarios:

  1. Me encanto el último párrafo... Es muy cierto lo que dices... El de allá arriba nos los presta por un tiempo... El tiempo avanza, no se detiene ni se regresa, son bebés por unos 2 años y de siguen creciendo. Y hay que saber aprovecharlos... Cada sonrisa, cada travesura... Y porque no, cada tristeza, cada lágrima... Las que en su inocencia son las más sinceras.

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    1. Gracias, Joha! Así es, por ahora a molestarlo lo más posible :P

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